Mi camino
Este aprendizaje no comenzó de un día para al otro, ya pasaron mas de 16 años en el camino con plantas sagradas.
Fui guiada por un chamán shipibo, y bajo su cuidado dieté plantas maestras, guardé silencio y aprendí a escuchar la energía, los espíritus y mis propios límites.
Las dietas y las iniciaciones no fueron experiencias pasajeras, fueron años de entrega, respeto y transformación profunda.
Cada planta me enseñó algo distinto:
- Ayahuasca me enseñó a mirar sin miedo y a rendirme a la verdad.
- Toe me mostró el poder del silencio y de la visión interior.
- Ajo Sacha me enseñó a limpiar el cuerpo y el pensamiento.
- Tabaco me enseñó el valor del rezo, la palabra clara y el fuego interno.
- Mama Wilka me recordó que el alma también necesita morir para renacer.
- Wachuma me enseñó la paciencia y la mirada amplia del corazón.
- Honguitos me mostraron el tejido invisible que nos une a todo.
- Peyote me enseñó la fuerza de la humildad y el poder de caminar despacio.
- Mama Coca me enseñó la constancia, el servicio y el pulso simple de la tierra.
Aprendí que la medicina no está solo en la planta, sino en cómo elegimos vivir después de ella.
El verdadero trabajo es la integración, cómo volvemos al mundo, cómo agradecemos, cómo cuidamos lo que entendimos.
Ese es el espíritu que hoy guía mi forma de acompañar, unir lo visible con lo invisible, lo terapéutico con lo ceremonial, lo cotidiano con lo sagrado.
No hablo desde la teoría, sino desde lo que caminé —con respeto, con cuerpo y con alma. No es sencillo describir todas las experiencias que tuve con las medicinas que nombre y muchas mas, agradezco tanto todo lo que el maestro y la machi me enseñaron, sobre todo la ética y el cuidado, algo que decían
Las plantas no se ‘usan’. Quien ofrece sin haber caminado su propio proceso, sin haber hecho su entrega ni guardado silencio, le quita algo a los espíritus de la selva, y ellos no castigan, pero retiran su confianza.
La medicina no se sostiene desde el poder, sino desde el servicio y la reciprocidad.

